jueves, 27 de marzo de 2014

Tengo algo nuevo.

Hace poco fue mi cumpleaños N° 26, como en la mayoría de los años anteriores, pensaba y hacía análisis de mi vida, de lo que estaba haciendo y lo que ya no hago.
Descubrí que estoy disfrutando nuevas experiencias, que estoy viviendo más y que estoy viviendo con ganas, que ando muy motivada con mi tranquilidad y mi libertad.
Mucho de mí está avanzando, y lo reconozco ahora, porque parecía haberse detenido... y vaya que me gusta lo que está sucediendo ahora.


Uña señora amiga comentó:
"Ahora, a esa edad (26) sentirás que la vida se empieza a calmar"
Yo creo qué, en mi caso, ahora recién empiezo a desperezarme, remover la sábanas, quitarme las almohadas de la cara, estirarme y meter mis piecitos a las babuchas, porque ya amaneció y quiero aprovechar el día.  

Dejar que suceda...

No te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de una mujer que escribe...
No te enamores de una mujer culta, maga, delirante, loca.
No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma.
No te enamores de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en espíritu su carne; y mucho menos de una que ame la poesía, o que se quede media hora contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música.


No te enamores de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y vertigue un inmenso horror por las injusticias. Una a la que le guste el fútbol y no le guste ver televisión. Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su cara y de su cuerpo.
No te enamores de una mujer intensa, lúdica y lúcida e irreverente.
No quieras enamorarte de una mujer así. Porque cuando te enamores de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te ame ella o no, de ella, de una mujer así, jamás se regresa.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Una puerta.

La primera vez que vi Narnia me dije: 
Yo también tengo mi ropero parecido.


La diferencia estaba en que a mi ropero no sólo ingresan personas, sino que también salen desconocidos, esos a los cuales nunca me presentaron y no han sido invitados.
Ellos parecen venir algunas noches, tampoco sé como eligen el día y la hora de su llegada.
Primero, como toda visita inesperada, me sorprendían, como todo extraño, me causaba desconfianza, como algo inexplicable, me daba miedo.

Aprendí a observarlos de lejos, y parece que ellos están aprendiendo que no es bueno estar cerca.

Descubrí mi error... Para que no lleguen los extraños se deben mantener las puertas cerradas. 

jueves, 9 de enero de 2014

El caballo salvaje.

Hace poco mientras estaba en una sala de cine viendo una película en la cual había una escena donde una manada de ponys trotaban libres. Se me hizo inevitable pensar en la belleza de los equinos y no es algo que haya considerado recientemente.

Recuerdo que desde muy niña me gustaron. La primera pasión era por el clásico carrusel con sus caballitos barnizados, de ahí vendría una experiencia más real, cuando en una feria, por cinco soles, podía dar una vuelta montada en tan bello cuadrúpedo.


Poco después, la visita a mi abuelo me permitió creer que al fin tenía uno, que supuestamente sería mío y podría montarlo cuando quiera.
Ese mes con "Fantasma" - así se llamaba el caballo blanco que mi abuelo buenamente me ensillaba y enseñaba a montar- fue sumamente divertido, una de las mejores experiencias podría decir.

Por ese entonces aún no se escuchaba sobre la equinoterapia, pero ahora debo suponer que de cierto modo mejoró mi vida. Me sentía segura sobre mi caballito blanco de pelaje largo y patas firmes, aún cuando asustado me llevo galopando lejos de todos, rompiendo mi ropa en los rosales del valle. Lejos de asustarme, sólo reí y me quede con ese recuerdo.

Ya en la adolescencia escuché una canción de Pedrito donde decía: "La vida es como un caballo, un caballo salvaje que uno debe aprender a montar" y tanta veracidad hay en ello.
Ya han pasado años, pero aún hasta ahora cada que llamo a mi abuelito le hago la misma pregunta:
"¿Abu y cómo esta mi caballito?"
El creyéndome ingenua aún, me responde:
"Aquí esperandote hijita"
Y yo, combinando experiencia y canción le respondo:
"Cuídamelo que aún me falta aprender a montar"

Una de esas canciones que me hizo revisar la silla.