Una vez más, como casi todos los lunes, salí tarde de casa, cuando debía salir temprano. La solución era simple, si de verdad quería llegar a mi destino en una hora prudente, debía tomar un taxi.
Entonces baje las gradas con calma, salí a la calle, admiré lo agradable que son las calles a esa hora, con poca gente.
Observe algo atenta, esperando coger un taxi vacío, y ahí venía una amarillito. Extendí un brazo, consulté y negocie el precio, me subí atrás, como siempre por una cuestión de seguridad.
Esta vez el camino sería un poco largo, ya que debía pasar por el colegio de mi hermana.
No tengo problema con los caminos largos, soy muy conversadora y podría asegurar que el 99,9% de mis conductores, ¿de qué?, bueno de todo, cada uno algo diferente, sus anécdotas diferencias políticas noticias actuales, casos de familia y hasta consultas al paso. Siempre traté de ser cordial y mantener diálogos interesantes. Bueno eso hasta hoy, y creo qué en este momento me estoy arrepintiendo, pues el sr. que me llevó tranquila y segura a mi destino, intentó varias veces entablar diálogos. Yo en respuesta sólo decía: si, no, uhm, ¿perdón?... y a la vez revisaba apuntes que no me urgían y qué use como pretexto para no continuar conversación alguna.
Ya cuando estaba por llegar a mi rutina empecé a reconocer mi error, pero ya no quedaba mucho tiempo, así que sólo atiné a decir: "Ojalá que no se sienta muy fastidioso el sol hoy, debe ser muy molesto para usted". El señor respondió con resignación: "Sí señorita, pero así es la chamba". Sonreí de modo que él logre verme por el espejo retrovisor, le indique que diera la vuelta en U y antes de bajar le dije: "Aún si saliera el sol, le deseo un muy buen día, porque se lo merece por ser un buen hombre trabajador y amable". Me observó con la mirada sobre las lunas de sus lentes, y me respondió: "Gracias señorita, igualmente usted".
Nos miramos agradecidos ambos y cada uno continuó por su lado.